miércoles, 24 de agosto de 2016

VEINTITRÉS










Me gusta la sensación de estar en casa y no tener coche y saber que no tengo nada que me obligue a salir.

Me llama Pizca y me propone ir a la playa, dudo y comprendo que prefiero la penumbra de mi estudio, ir viendo cómo el sol abandona la terraza poco a poco y deja que las plantas descansen.
Empiezo a conocer los gustos de cada una.
Son tan diferentes que hasta parecen caprichosas.
Algunas quieren agua al atardecer, otras prefieren que llegue la noche y las menos, optan por esperar a que llueva y se conforman con la humedad ambiental.
Algunas no quieren ver el agua ni en pintura, si las riego se enfadan.
Las que más me gustan son las que se enganchan con fuerza a la tierra.
Las que tardan en echar raíces, las tiro a la basura.
No son de mi estilo.
He notado que agradecen que les quite las hojas secas.
Son presumidas, se sienten más seguras cuando se saben bonitas y cuidadas.
Desde que se fue mi nieta no tengo a quien pintar las uñas, así que me dedico a ellas, son cariñosas y agradecidas, nos comunicamos.
Al decir comunicar no significa que hable con ellas, sino que vibro en la misma frecuencia, la sintonía de la naturaleza, la vida, el sol, el aire, el calor, la brisa, los sonidos, las nubes, los reflejos, los olores, los colores, los cambios casi imperceptibles, lo que sucede sin yo no hago nada.

Ayer mandé un whatsapp a mis hijos diciéndoles que les quiero muchísimo.
Lo de mi hermano Fernando me ha ayudado a darme cuenta de que hay que hacer esas cosas mientras estamos vivos.
Si no, a lo mejor ya no te da tiempo a decirlo y te quedas con esa sensación extraña que me quedó a mi cuando murió mi madre después de haber estado varios meses en estado agonizante.
Solo recuerdo que la primera vez que fui a visitarla depuse de operarme, con dos muletas y encontrándome fatal, me dijo desde el lecho del dolor:

¡Ya era hora!

Ella me había echado en falta y no estábamos en condiciones de dar explicaciones.
Otro día, haciendo un esfuerzo sobrehumano, también fui y la persona que la cuidaba que era nueva, le dijo al oído con la voz alta:

Ha venido su hija.

Y mi madre respondió:

¿Qué quiere?

Por lo menos me queda la dicha de que en una carta que me escribió cuando estaba en el psiquiátrico de Elizondo desintoxicándome, se despidió diciendo:

Te quiero muchísimo.

Creo que éstas pequeñas cosas aunque nos den un poco de vergüenza, es bueno hacerlas.

Mi nieta habla constantemente de querer.
A mi me dice que me quiere cuando le compro cosas en Artea, que es el centro comercial.
También dice que me dará besos cuando se me caigan todos los dientes.

En mi familia se daba por hecho que nos queríamos y nunca se hablaba de eso, ni se dan abrazos, solo los besos de saludar.
Cuando murió mi hermana de repente y fui a casa de mi madre, se levantó de la butaca donde siempre estaba sentada haciendo punto y me dio un abrazo.

Es el único que recuerdo.

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