sábado, 9 de enero de 2016

Capítulo 30_La invitación












A pesar de que Carlota le había dejado claro que Beatriz y Gari eran simplemente compañeros de deportes, a Mónica no le hacía mucha gracia tener que invitarla, porque recordaba lo mal que lo pasó el día de la inauguración de Morquillas en Concepto.
Con Alonso nunca había sentido celos.
Antes de casarse, sí lo había pasado mal con algún novio y tenía muy claro que no quería volver a aceptar ese tipo de relación.
Cuando conoció a Alonso y empezaron a salir, se dio cuenta de que con él, no iba a tener que pasar por esos trances tan desagradables.
Mónica no era ni ingenua ni tan joven, como para no darse cuenta de que con Gari podía pasarlo mal.
Sin embargo la atracción que sentía era tan fuerte y llevaba tanto tiempo dándole vueltas al tema en su cabeza, que le resultaba difícil dar marcha atrás.
Ocupada con la organización de la fiesta, los días pasaban rápidos.
Diseñó unas invitaciones que envió por mail a todos sus invitados, en las que recordando la cultura americana, dibujó con delicadeza, que el horario de la fiesta era de 19:30 a 23:30.
Conociendo a la gente, estaba segura de que no harían demasiado caso, pero por lo menos dejaba entender de que no quería jaleo.
Ya se sabe que cuando se bebe, los ánimos se exaltan y es difícil cortar una fiesta en el mejor momento.
No dijo que era su cumpleaños, quería evitar que le trajeran regalos y al abrir los paquetes desatender a los invitados.
Los únicos que lo sabían eran Alonso y Carlota.
Carlota se lo comentó a Gari, advirtiéndole que si quería hacerle algún regalo, escogiera otro momento para entregárselo.
Como ella también quería darle la pieza que había reservado en Persuade, invitó a los dos a tomar una copa en Concepto, el día posterior a la fiesta.
Mónica se puso muy contenta y le dejaron de preocupar la fiesta y los  invitados.
Su madre la llamó para invitarles a comer el domingo y celebrarlo en familia.
Mónica era hija única y su padre tenía gran debilidad por ella, era la niña de sus ojos.
Mónica lo sabía y hay que reconocer que ella también le adoraba.
Sin embargo, la relación con su madre siempre había sido difícil.
Mercedes Echevarría era una mujer extraordinaria, que siempre había destacado por su belleza y su enorme valía, haciendo obras de caridad.
Devota católica de misa diaria, no comprendía que su hija no practicara la religión en la que había sido educada desde que nació, tanto en su casa como en los colegios de monjas a los que había asistido.
Achacaba el cambio de Mónica a su estancia en América.
Ella se había negado rotundamente a que hiciera su carrera en California, teniendo en Bilbao la Universidad de Deusto.
Para entonces, Mónica ya había convencido a su padre para ir a la Pepperdine University de Malibu, en Los Ángeles.
A su madre no le hizo gracia la idea de que la niña se fuera a vivir en un piso compartido con chicas desconocidas y en un país tan libre, pero al saber que la universidad era de los Jesuitas, accedió.
Poco sabía la madre que el ambiente que se respiraba en la Pepperdine, no era precisamente jesuítico.
Allí, Mónica espabiló.
La Pepperdine University está en una colina de Malibu, cuyas vistas son espectaculares.
Se divisa el océano Pacífico y la playa de Malibu.
Al ver las marcas de los coches aparcados en el campus, se deduce que los estudiantes pertenecen a familias privilegiadas.
Sin embargo, como en todas las universidades americanas, se trata con gran deferencia a los que han conseguido becas por sus buenas notas académicas.

Para las vacaciones de navidad, sus padres la esperaban con deleite y grande fue su sorpresa cuando la niña llamó diciendo que no podía ir, porque tenía que estudiar para preparar los exámenes de enero.
Una compañera de piso mejicana, le había invitado a pasar las vacaciones en Monterrey, en casa de sus padres y Mónica no pensaba en otra cosa.
Siempre había soñado con conocer Méjico y ahora tenía la oportunidad dorada.
Lo único que no quería es que sus padres se enteraran, porque les molestaría que prefiriera ir a la casa de su amiga.
Gracias al poder de convicción de Mónica, lo entendieron y se quedaron satisfechos, al ver lo aplicada que era su hija.

Durante las vacaciones de navidad en Monterrey, Mónica conoció una cultura abierta y libre, diferente a la americana, pero en cierto modo más permisiva, sobre todo en lo que a los adolescentes se refiere.
La familia de Gabriela Montalvo era muy conocida en Monterrey.
Vivían en una hacienda grande con familias enteras que trabajaban para ellos.
Tanto el padre como la madre ascendían de españoles, por lo que Mónica fue recibida con los brazos abiertos.
Habían organizado una fiesta el primer día para presentar a “la niña española” a las familias más relevantes y a partir de ahí, casi todos los días recibía invitaciones para ir a las casas de Monterrey, donde es muy difícil entrar, ya que están cerradas a cal y canto con unos muros tan altos, que incluso impiden que se vea el interior y con guardas de seguridad armados en las puertas.
A los chicos de Monterrey, Mónica les pareció preciosa y todos la agasajaban.
Ella disfrutaba de la situación dejándose querer y tratando de acostumbrarse a ser el centro de atención, lo que no era fácil dada su timidez natural.
Hasta que apareció un mejicano que estudiaba en la universidad de Los Ángeles, UCLA y pronto congeniaron y vieron que tenían tanto en común, que para ellos las fiestas solo eran el principio de unas noches apasionadas.
Mónica no temía la separación, porque estaba segura de que le vería al volver a los EEUU y se dejó llevar por el primer amor de juventud, con la ingenuidad y la entrega propia de la circunstancia.
Sin lugar a dudas fueron las mejores vacaciones de su vida.

Poco imaginaba la desilusión que le esperaba al volver a California.

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