sábado, 3 de octubre de 2015

Travesura en Hong Kong









A mi padre le encantaba tener a sus hijos cerca.
Para que pudiéramos estar todos juntos, se le ocurrió la idea de que hiciéramos una vuelta al mundo.
Yo había empezado a fumar hachis y me había entusiasmado.
Recuerdo que llamé por teléfono a mi prima Isabel que vivía en Madrid y mi primera frase fue:
¨Soy drogadicta”.
No estaba enganchada, pero tengo que reconocer que de todo lo que la vida me ofrecía, lo que más me gustaba era estar colocada.

En principio no me apetecía demasiado ese viaje en grupo, pero la idea de conocer Asia me estimulaba.
Además, sabiendo lo que significaba para mi padre, no se me hubiera ocurrido negarme.

Bilbao_Barcelona en coche cama y de allí a Amsterdam en avión.
El gran salto fue ir desde Amsterdam a Tokio parando unas horas en Alaska.
En el aeropuerto de Tokio sentí una impresión extraordinaria al encontrarme en un ascensor rodeada de japonesas.
Eran tan bajitas que les tenía que mirar desde arriba y eso hacía que me sintiera un poco incómoda.
Ellas me miraban desde abajo, sonriendo muchísimo, al tiempo que decían:
”Konnichiwa” ”Konnichiwa”.
Por lo que pude averiguar más tarde, creo que ellas también estaban impresionadas conmigo.
En los años setenta no se viajaba tanto como ahora y ver occidentales no era lo habitual para esa gente con una cultura tan endogámica
Los japoneses son extremadamente educados, pero sentían tanta curiosidad al ver una mujer extranjera sola, que en varias ocasiones se me acercaban para saludarme y entablar conversación.
Siempre que podía me salía del grupo para investigar por mi cuenta.
Es la manera más divertida de conocer un país, su gente y tener aventuras de las que yo estaba tan sedienta.
Para entonces, el matrimonio y la maternidad me habían defraudado y necesitaba encontrar algo que volviese a llenar el vacío existencial.

Sé que Japón es fascinante, pero estaba empeñada en comprar hachis o marihuana y en cuanto me enteré, a través de un chico que se ofreció a hacerme de guía, de que en Japón están terminantemente prohibidas las drogas, perdí el interés y lo único que hice, aparte de los planes típicos del grupo familiar, fue esperar a que llegara el momento de llegar a Hong Kong, ya que muchos de mis escritores favoritos habían cantado las glorias del opio, y mi calenturienta imaginación fantaseaba con esa adormidera que proporciona placer y un estado de beatitud.
También sabía que los fumaderos de opio de Hong Kong tenían fama y pensaba que serían tan accesibles como los bares en España.
Craso error.
Pronto comprobé que las cosas habían cambiado.
Al llegar a Hong Kong en seguida me di cuenta de que había una alegría ambiental de la que Japón carecía.
Me puse contenta.
Casi antes de deshacer la maleta cogí un taxi y como no sabía hablar cantonés, le dije al taxista lo primero que se me ocurrió:

Opium, please, opium.

Opium de Saint Laurent, era el nombre del perfume que usaba en aquella época.
Pues bien, tuve suerte porque acerté.
No es que me llevara a un fumadero elegante como yo me había imaginado, sino que me dejó en el puerto.
De repente me encontré en el puerto de Hong Kong que es uno de los más activos del mundo, en pleno mar de la China meridional.
Me pegué un susto monumental pero soy tan terca, que ni por un momento cejé en mi empeño. 
Al principio no sabía qué hacer ni a quien dirigirme.
Vislumbré, entre el caos ambiental, que allí mismo, debajo de una tejabana, estaban los fumadores de opio tendidos en colchones, con la pipa en la boca, mirando al infinito y con pinta de estar en el séptimo cielo.
Por lo menos, eso fue lo que yo quise creer.
Todos los colchones estaba ordenados.
Entre colchón y colchón, cada uno tenía una caja de las que se utilizan para meter la fruta en los mercados.
La usaban como mesilla y para guardar sus pertenencias.
Me quedé mirándoles con disimulo para no molestar, aunque era evidente que estaban demasiado concentrados en sus asuntos como para reparar en mi.
Al verme medio despistada, se me acercó un chavalín y le dije lo mismo que al taxista.
Hizo ademán de haberme entendido y me pidió dinero.
Le di algo, no demasiado por si acaso me timaba y en cinco minutos apareció con unos paquetitos  de papel muy monos con unos granitos blancos.
No tenía ni idea de lo que podía ser pero me fui al hotel corriendo.
Me hice un canuto tratando los granos blancos como si fuera hachis y al fumarlo me entró un picor tremendo y una sensación que sin ser desagradable, no era lo que yo andaba buscando.
Así que los guardé en la maleta y me olvidé del tema.

Hong Kong me gustó bastante, tiene cierto encanto.
En un mercadillo me llamó la atención que había varios puestos en los que vendían tinteros vacíos de tinta china.
No he sido capaz de descubrir la utilidad de esos objetos tan codiciado allí.


Al ver que mis intentos de poder fumar un simple canuto de hachis o marihuana no era fácil, me fui a la playa, esperando que llegara el momento de llegar a Tailandia donde estaba casi segura que mis expectativas no serían defraudadas.

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