viernes, 21 de agosto de 2015

Un sueño terrible











Cuando volví de Elizondo me encontraba en plena forma.
Había pasado un mes y medio en el psiquiátrico y la desintoxicación había resultado un éxito.
Me encontraba como nueva y no tenía ganas de volver a las andadas.
Estaba fuerte, sana, contenta.
Poco a poco iba recuperando mi vida, tenía ganas de pintar, de salir, de ir al cine, de estar con gente…
Al cabo de unas semanas discutí con mi madre como de costumbre y me puse nerviosísima.
No me gusta discutir con nadie y mi madre en concreto tenía la capacidad para sacarme de quicio.
También yo a ella.
Tan mal me encontraba que salí a la calle con la idea de comprar heroína.
Era lo único que me venía a la cabeza para tranquilizarme.
Me encontré con alguien que me recomendó no comprar nada porque lo que había era muy malo y me iba a sentar mal.
Así que volví a casa con las orejas gachas y me metí en la cama.
Soñé una especie de continuación de lo que había sucedido ese día, pero esta vez sí había comprado el caballo y cuando llegué a casa me lo estaba pinchando.
Y mientras tenía la aguja en el brazo, antes de apretar la jeringa vi que mi madre estaba enfrente de mi y pensé:

¿Por qué me estoy matando a mi misma en vez de matar a esa vieja?

Tiré la chuta con fuerza y se clavó en el techo.
Me desperté.
Era temprano por la mañana.
Me vestí y fui a casa de mi madre para contarle el sueño.
Me escuchó y no dijo nada.
Nunca habló de ese sueño.
Para mi fue importante.
Me clarificó bastantes asuntos que tenía pendientes.

Prefiero no soñar, ni dormida ni despierta, me interesa más la realidad, pero aquel sueño me dio una pista que me enseñó a quererme y respetarme.

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