viernes, 14 de agosto de 2015

Un plan especial









La esposa de una persona a la que conocía bastante, al hablar de su matrimonio me dijo:

La porcelana se ha roto

Esa frase puede parecer cursi pero es justo lo que yo diría de mi matrimonio cuando sucedió lo que voy a contar.
Decidimos ir a la playa con nuestros hijos.
No era habitual.
Solía ir yo sola con los niños y si mi marido no trabajaba prefería jugar al golf.
Pero aquel día hicimos un plan especial.
Eso no significaba que nos lleváramos mejor ni que “la porcelana se hubiera pegado sin dejar rastro” sino que supongo que lo de separarnos lo íbamos dejando para más adelante.
No me apetece entrar en detalles.
Sería demasiado doloroso.
Prefiero abreviar.
Fuimos a la playa con tres hijos y volvimos con dos.
Todavía no me he recuperado.
No puedo.
No sé si quiero.
De mi hijo Carlos solo me queda el dolor y prefiero mantenerlo.

Fueron días muy difíciles.
En aquella época yo era amiga de Don Ángel, párroco de Barrika.
Le encargué la misa de gloria.
Al hablar con él me aconsejó que tuviera un hijo.
Jamás se me había pasado por la imaginación tener otro hijo.
Don Ángel insistió, a pesar de que me conocía y sabía en que situación me encontraba.

Venía mucha gente a casa y yo lo agradecía pero no tenía fuerza.
No quería estar con gente.
Quería estar con mis hijos.
Nos aconsejaron que nos fuéramos de viaje.
Así lo hicimos.
Mi primo Isín Delclaux nos prestó su furgoneta y nos fuimos a Marruecos los cuatro.
Sobreviví como pude.
Lo bueno de ir en una furgoneta sin conducir es que no tienes que preocuparte de nada.
Pizca me regaló una túnica para que estuviera cómoda.
No me la quité en todo el viaje.
El sol africano, el calor intenso, los paisajes inmensos y la distancia, me distraían de mis penas.

Al volver a nuestra casa la convivencia se hizo insoportable.
Había llegado el momento de la separación.
La muerte de nuestro hijo la aceleró.
Yo no estaba dispuesta a marcharme de esa casa.
Era mía, me la habían regalado mis padres y aunque no me gustaba era mi único refugio.
Mi marido lo sabía así que un día metió su ropa en bolsas de basura, cogió a mis hijos y se fue a casa de su madre.
Me quedé perpleja y sin embargo me daba cuenta de que me había quitado un peso de encima.
Vivir con una persona a la que no solo no le quería sino que le tenía manía y mucho que perdonar, me resultaba muy desagradable.
Al principio pensé que me iba a costar estar separada de mis hijos porque estaba muy apegada a ellos, pero me sentía tan agotada que me vino bien disponer de un tiempo para reponerme.
Pronto me di cuenta de que estaba embarazada.
Había seguido el consejo del padre Ángel.
Para tener la certeza de mi estado, fui al médico.
Pizca me acompañó.
Ella siempre estaba presente en los momentos difíciles de mi vida.
En los fáciles también.
Acepté con mucha alegría la idea de tener un hijo.
No me asustaba.
Sabía que era imposible olvidar a mi hijo Carlos pero la idea de que una vida estaba formándose dentro de mi, me acompañaba y me hacía sentir amor.
Cuando se lo conté a mi padre, me dijo:

¿que vas a hacer con ese hijo?

Yo le contesté:

Tenerlo.

No sé en qué estaría pensando.
Es obvio que no era habitual tener un hijo estando separada pero había tantas cosas que no eran habituales en mi vida, que nada me sorprendía.
Recuerdo con agrado aquella época.
Sabía que mis hijos estaban bien atendidos y estaba segura de que volverían.
Mientras tanto yo solo quería ocuparme de estar tranquila.
Había aceptado la muerte de un hijo al que adoraba.
Di la vuelta a la circunstancia.
Agradecí el regalo de haberle conocido y haber vivido con él casi siete años.
A pesar de su juventud daba muestras de ser alguien muy especial.
Me sentía privilegiada.


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