sábado, 1 de agosto de 2015

Un matrimonio inconsciente







Me casé muy joven con el primer chico que puso empeño en conquistarme.
Otros quizás más delicados se me habían acercado pero al notar mi falta de interés, no insistieron.
Caí en los brazos del más persistente.
Recién salida de varios años de internado, lo único que sabía de las relaciones entre un hombre y una mujer era lo que había leído en los libros de literatura francesa que devoraba mientras estaba en Burdeos: Mauriac, Maurois, Flaubert, Sthendal…
Resumiendo: Tenía la cabeza llena de pájaros y no solo eso sino que además pensaba que el amor puede con todo.

Una galerista que exponía mis cuadros en Madrid me dijo:

Te casaste con un smoking blanco.

Me pilló de sorpresa el comentario pero recapacité y no me quedó más remedio que reconocer que tenía razón.
En aquella época nos invitaban a muchas fiestas y mi novio tenía, además de un smoking negro como todo el mundo, uno blanco con cinturón granate que le sentaba de maravilla.
A mi me hacían varios trajes largos cada verano para que no tuviera que repetir.
Yo creía que esa vida era estupenda, no conocía otra excepto la de los colegios en los que había pasado los últimos años.
Aparte de estar muy enamorada de mi novio, me venía muy bien saber con quien iba a bailar en las fiestas porque las chicas que estaban sueltas tenían que esperar a que les sacaran a bailar y resultaba poco estimulante quedarse sentada mientras los demás bailaban alegremente.
Se llamaba: “chupar banquillo”.
Gracias a tener novio me libré de ese horror.

Entre fiestas y salidas encantadoras, todo nuevo para mi, me encontré casada y me pegué un susto morrocotudo.
Recuerdo que cuando me desperté al lado de mi marido en el Hostal Landa que es donde pasamos la primera noche, a pesar de mi inocencia, mi intuición habló claro y me dijo:

¡Que disparate he hecho!
¡Cuanto mejor estaba yo protegida por mi padre!
¿Que voy a hacer con éste señor que es tan inútil o más que yo?

Porque en aquella época todavía no había tenido la voluntad suficiente para independizarme ni siquiera mentalmente.
Lo intenté en una pequeña conversación con mi madre en la que le planteé que quería trabajar y ganar mi propio dinero, a lo que ella puso el grito en el cielo y me dijo con inteligente dulzura:

¿Acaso no te damos todo lo que necesitas?

Y no me atreví a insistir.

Yo no había pensado en casarme.
Nada me podía interesar menos que llevar una casa y tener hijos pero al estar tan enamorada y tener un novio que estaba tan empeñado en que nos casáramos, las ganas de estar con él pudieron más que dedicarme a pintar en cuerpo y alma que es lo que hacía cuando le conocí.
Sin apenas darme cuenta me vi metida en algo para lo que no estaba preparada y que me venía grande.
Aunque durante mucho tiempo estuve asustada y no encajaba en la vida de casada, tuve que reconocer que había salido ganando porque tenía mucha más independencia que en casa de mis padres.

Además, mi marido no me hacía mucho caso pero era muy generoso y yo podía hacer lo que me daba la gana que en el fondo era lo que deseaba por encima de todo.

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