sábado, 8 de agosto de 2015

Satsang (compañía de la verdad)











Todo era nuevo para mi.
Un amigo de mi hermano el pequeño me dio una dirección en Bilbao.
No me dijo de qué se trataba, simplemente me sugirió que fuera:

Vete, te gustará.
Tocas el timbre y dices: Satsang.

Y fui con Cala y me gustó porque era bonito y agradable, pero obcecada como estaba con lo mío pensé que era lo mismo que sentía cuando fumaba hachís, así que aunque no lo descarté de mi vida no le di la importancia que se merecía.
Se lo comenté a Pizca con las mismas palabras que había usado Antón conmigo:

Vete, te gustará, está en Pérez Galdós, tocas el timbre y te invitarán a entrar.
Te quitas los zapatos y no tienes que hacer nada, solo escuchar.

Parece ser que Pizca estaba bastante más preparada que yo porque a los cinco minutos de estar allí sintió que eso era lo que había estado buscando toda su vida.
Yo seguí metiéndome en el mundo de las drogas mientras Pizca, que también había estado en mi casa la famosa noche del valenciano y había tenido una experiencia tan exagerada que se le quitaron las ganas de fumar para el resto de su vida, siguió yendo a Pérez Galdós en donde cada día estaba más contenta.
Cuando me contaba lo que allí aprendía yo notaba que ella avanzaba en un mundo desconocido para mi, pero la verdad es que no me enteraba de la misa la media.
Me hablaba de un maestro hindú, Maharaji, que tenía 13 años y acababa de llegar a Londres donde millones de hippies de todo el mundo le seguían entusiasmados.
Pizca se entregó a su maestro mientras yo me iba metiendo en berenjenales cada vez más peligrosos.
El ácido lisérgico me deslumbró.
Hasta tal punto me impliqué en ese mundo que los amigos que teníamos en Biarritz le comentaron a Cala:

Blanca, elle brûle les étapes.
(Blanca quema las etapas)

Y así es.
Yo estaba eufórica.
Creía que había encontrado la piedra filosofal.
Solamente veía que me sentía inspirada y que mi cabeza funcionaba como nunca hubiera imaginado.
Empecé a tomar LSD hasta que se me terminó la remesa y entonces si que vi las orejas al lobo.
Me entró un bajón impresionante y tuve que hacer grandes esfuerzos para salir, porque no me atrevía a comentar con nadie lo que me estaba pasando.
Pizca seguía con su maestro yendo hacia arriba mientras yo "experimentaba" con la toxicomanía sintiéndome cada día peor.
Cala se había distanciado de mi.
Ella no se dejó seducir por las drogas.
Poco a poco fui cambiando de amigos y de vida, pero seguía tratando con Pizca que me hablaba de Maharaji y del conocimiento que le había sido revelado.
Yo no solo seguía sin entender nada sino que pensaba:

Con lo simpática y divertida que es Pizca cuando habla de cosas normales ¡como me aburro cuando habla de su tema!.

Viajaba mucho para asistir a conferencias de Maharaji y siempre me invitaba a ir con ella pero a mi no me apetecía nada.
A veces me convidaba a su casa con sus nuevos amigos que también seguían a su maestro y me parecían muy agradables y cariñosos pero yo estaba demasiado imbuida de lo mío como para prestarles atención.
Pasó el tiempo y mi bajada a los infiernos era demasiado evidente como para disimularla por lo que cuando Pizca vino a visitarme para contarme que se iba a París a ver a Maharaji, le pregunté sin rodeos:

¿Crees que Maharaji puede ayudarme?

A lo que ella respondió sin titubear:

Es la única persona en este mundo que puede ayudarte.

Y yo le dije:

Apúntame a ese viaje.



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