miércoles, 26 de agosto de 2015

Manolo me hizo recapacitar











Cuando comenté con mi sobrino que ahora me dedicaba a escribir, me preguntó qué contaba en mis escritos y al decirle que de momento mis textos son autobiográficos, comentó con cierto desdén:

¡Que fácil!
Eso lo tienes muy sabido.

Sin lugar a dudas que lo tengo muy sabido, pero se puede matizar.
Hablar sobre mi vida tal vez sea fácil en el sentido de que hablo de algo que sé, no tengo que inventar nada, en eso estoy de acuerdo, pero contar lo que sentía ante ciertos acontecimientos no siempre resulta fácil, requiere un esfuerzo y puede resultar arriesgado.
No solo exige un proceso de reflexión para reconocer mis verdaderos sentimientos ante lo que acontece, sino que también es preciso ser valiente para contarlo.
Hablar de lugares comunes sin implicaciones no me parece interesante.
Lo que yo experimento solo a mi me pertenece y no es discutible.
A medida que publico mis textos en los que expreso lo que siento sin hacer concesiones, me encuentro con algunas personas que no solo me entienden y agradecen, sino que incluso están de acuerdo conmigo, aunque a veces lo que expreso esté en desacuerdo con el sentir general.

Empecé a escribir en enero del año en curso y para entonces mi madre ya se había muerto.
No creo que me hubiera atrevido a contar lo que cuento si ella estuviera viva todavía.
Aunque no tenía ordenador, la cabeza le funcionaba muy bien y no sé cómo, pero se enteraba de casi todo.
No sé si lo que yo sentía por ella era miedo o respeto pero puedo asegurar que me siento mucho más libre para expresarme sabiendo que ya no está en este mundo.
A ella le preocupaba el “qué dirán”.
Solía decir:

 “No solo hay que ser buena sino parecerlo”.

A mi me preocupaba “que dirá mi madre”.
Dos interpretaciones divergentes de un sentimiento similar.
En definitiva, barreras, cortapisas, miedos.

Así es la vida, alegre y divertida.






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