jueves, 18 de junio de 2015

Mis pintores favoritos









Casi podría asegurar que todos los pintores son mis favoritos debido a que la pintura es, de todas las artes, con la que mas me identifico.
Desde mi mas tierna infancia supe que quería ser pintora.
Siendo muy joven me llevaron al museo del Prado y cuando vi “Las Meninas”, recibí una impresión desconocida para mi hasta entonces.
Como regalo de mi décimo tercer cumpleaños, pedí a mi padre, que siempre intentaba complacerme, un libro muy grande sobre Velázquez.
Lo había visto en una escaparate y quería hurgar en su interior.
Durante mucho tiempo, Velázquez fue mi pintor favorito y el libro con las fotos de sus cuadros, mi objeto preferido.
Siempre que podía, iba al Museo del Prado para contemplar en la realidad aquellos cuadros que me parecían el summum de la pintura.
Vivía en Madrid por lo que no me resultaba difícil acudir a menudo.
Pude ver, en una exposición antológica, “La venus del espejo” que actualmente se encuentra en la National Gallery de Londres.
Me fascinó.
Todos los cuadros de Velázquez me entusiasmaban.

Siendo ya adulta fui a Milán y tuve la oportunidad de contemplar, yo sola, en el silencio de ese espacio de recogimiento que es el refectorio de Santa María delle Grazie, “La última cena” de Leonardo.
Me quedé petrificada y comprendí que el impacto que ese mural produjo en mi, desplazaba a Velázquez del primer puesto.
Ni siquiera pude verlo bien ya que lo estaban restaurando y los andamios impedían la visión del conjunto.
Leonardo había inventado una técnica para pintar al fresco con la que conseguía una gama de colores mas amplia, pero que pronto empezaba a desprenderse, lo que significa que siempre la están restaurando.
Eso no impide que lo que yo sentí allí fuera algo divino.
Creo que fui presa del síndrome de Stendhal.

Cuando volví a Bilbao me dediqué a profundizar en el estudio de Leonardo y así comprendí los motivos por los que su “Última Cena” me había conmocionado.
Leonardo da Vinci era un esotérico, además de un extraordinario artista.
“La última cena” esconde tantos misterios que es imposible no sentir algo especial que trasciende este mundo material.
A partir de aquella visión, mi interés por la pintura ha permanecido intacto e incluso ha crecido.
He visitado muchos museos y he visto cuadros magníficos pero ninguno ha conseguido hacerme sentir algo parecido.

Hace unos años fui a Milán para asistir a una conferencia sobre la paz.
Preparé mi viaje dejando una mañana libre para acercarme a Santa María delle Grazie y deleitarme en la contemplación de mi obra de arte favorita.
Ingenua de mi, no tuve en cuenta que con el paso del tiempo todo cambia.
Era un hermoso día de verano en el que la ciudad brillaba en todo su esplendor.
Italia siempre está viva. 
Los italianos son alegres, hablan, gritan, gesticulan, cantan, rien…
A medida que me acercaba a Santa María delle Grazie constaté que mucha gente se arremolinaba por allí, y los que estaban cerca se ordenaban en una larga cola.

No importa, pensé, esperaré.

Me dispuse a hacer cola tranquilamente y cuando estaba llegando a la taquilla, intuí que algo no iba del todo bien.
Efectivamente, para conseguir entrar en ese recinto sagrado, era necesario haber encargado la entrada por internet con varios meses de antelación.
Me sentí decepcionada pero enseguida reaccioné y sentí alegría al comprobar que muchas personas mostraban interés por lo que para mi era tan apreciado.

Visitando el Louvre hace muchos años me encontré frente a “La Gioconda” sin ni siquiera haber pensado en ello y reconozco que me dio un vuelco el corazón.
Hasta ese momento no había comprendido el motivo por el que un simple retrato de mujer pudiera causar tanto expectación.
Estaba sola en el silencio de aquella sala sombría, así que tomé mi tiempo para contemplar ese cuadro tan oscuro y tan famoso.
Me hipnotizó.
Notaba una especie de atracción que me impedía seguir mi visita.
Cuando por fin logré escapar de su influjo ya no tuve ganas de ver mas cuadros.
Me refugié en mi hotel sintiendo una especie de plenitud religiosa.

Hoy en día la sala donde se encuentra “La Gioconda” y sobretodo el espacio donde está colgada, protegida por una especie de valla para impedir que el público se acerque demasiado, está atestada de gente todos los días de la semana a todas horas excepto los martes que cierran el museo.
Y no se trata de gente calmada que se sumerge en meditación ante los obras de arte.
Muy al contrario.
Es una multitud pletórica y entusiasta en continuo movimiento, semejante a lo que se suele ver a la entrada de un estadio de fútbol.



Y mientras tanto, los milaneses comentan que Leonardo era vago…

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