miércoles, 24 de junio de 2015

Cuando Pizca conoció a Dalí





Pizca se hizo muy amiga de Fabrizia cuando ambas estudiaban inglés cerca de Londres y al llegar el verano, le invitó a pasar unos días en su casa del Maresme.
Fabrizia tenía ganas de conocer gente diferente, personas que se salieran de lo normal.
Cuando le preguntó si podía presentarle a alguien especial, Pizca inmediatamente pensó en Dalí.
Ni por un momento se le pasó por la imaginación que el hecho de no conocerle pudiera ser un impedimento para presentárselo a su amiga.
Así que fueron a Cadaqués, se acercaron a Portlligat, que es donde se encontraba la casa del pintor actualmente convertida en museo y golpearon la puerta.
Pizca presentó a Fabrizia como una periodista que quería hacerle una entrevista para una revista italiana.
Ningún problema.
La única condición que puso Dalí es que subieran de una en una.
Fabrizia fue la primera.
Cuando terminó, sin tiempo para intercambiar palabra, le dijeron a Pizca que era su turno.
Subió las escaleras y entró en un recinto decorado con cestas llenas de barras de pan a la manera de símbolos fálicos.
Pizca, sin hacer aspavientos, comentó que le parecía muy mono como estaban dispuestos los panes.
Dalí le indicó que se sentara en una silla que estaba sobre una tarima, lo cual le hacía sentirse como protagonista de algún juego que desconocía.
Con mucho teatro le invitó a jugar con unas piezas en las que había dibujos de hombres y mujeres, y también palabras, todo con cierto tono erótico en plan de cómic.
Pizca hacía  algunos comentarios aunque la situación no le interesaba demasiado.
No sentía nada.
La manera de hablar de Dalí no era normal, forzaba las palabras como si le costara pronunciarlas.
Ella no miraba a Dalí, se entretenía con los dibujos.
Quizás Dalí esperaba que Pizca se mostrase sorprendida por lo que allí estaba pasando.
Ella no recuerda gran cosa de aquella visita excepto que fue el principio de una relación que dio lugar a otros encuentros de lo más variopintos.

Pizca estaba muy familiarizada con el mundo del surrealismo.
Ella misma tenía un estudio en Barcelona a cuyas fiestas acudían artistas e intelectuales tanto catalanes como extranjeros que se dejaban caer en esa Gauche Divine que empezaba a fraguarse.

Cuando Dalí iba a Barcelona se hospedaba en el Ritz. 
Un día, el capitán Moore, secretario de Dalí, llamó a Pizca porque Salvador quería estar con ella.
Cuando llegó al Ritz se lo encontró jugando con dos ocelotes que no eran peligrosos porque les habían cortado los dientes.
Esas visitas se hicieron frecuentes.
Y también los encuentros en la casa de Portlligat.
A veces le invitaban a cenar con otras personas.
En la casa de Portlligat siempre se bebía Moet Chandon rosado que ya estaba servido en las copas.
A Pizca lo que de verdad le gustaba era la casa.
La casa de Dalí le gustaba más que Dalí.
Todo lo que había en esa casa era especial.
La piscina era muy larga y muy estrecha, ni siquiera cabían dos personas al mismo tiempo.
A Dalí le gustaba poner huevos gigantes en el tejado.
Para el diseño de la casa Dalí le contó que se inspiraba en los huecos del poliuretano en el que encajaban los electrodomésticos.
A partir de los huecos diseñaba las formas que aplicaba a la casa lo cual le daba un encanto especial.

Encargaron a un escultor francés que hiciera un busto de Dalí y se quedó a vivir allí mientras lo hacía.
Dalí organizó una especie de performance que consistía en que el escultor introducía su falo en la vagina de una joven francesa que también andaba por allí y todos miraban.
A Pizca le daba pena la chica porque se había quemado con el sol y se veía que lo estaba pasando mal.

Un día, en Barcelona, Dalí le dijo a Pizca que quería llevarle a un sitio especial y que debía vestirse de negro y taparse la cara con una mantilla.
No le dio mas explicaciones.
Llegaron a una casa en el centro de Barcelona en la que había una pareja haciendo el amor.
Dalí presentó a Pizca como una viuda a quien se le había muerto el marido hacía poco tiempo.
El plan consistía en sentarse y mirar a la pareja.
Pizca se aburría, esperó un ratito y se marchó.
Evidentemente a Dalí le gustaba contemplar ese tipo de espectáculos y a poder ser hacerlo acompañado de sus invitados.
Pizca empezó a salir con un vasco estudiante de arquitectura muy entusiasta de Dalí, así que un día Pizca le llevó a Portlligat para presentárselo a su amigo.
Comieron en la mesa que estaba al final de la piscina y por la tarde Dalí decidió prestar atención a la pareja. 
Mirándole a Pizca como adivinando su futuro, dijo que le veía con un cuerno en la frente.
¿Qué significaría?
A Pizca le pareció divertido pero no le dio importancia.
Dalí podía ser gracioso como persona que siempre estaba haciendo un show pero tanto arrastrar las palabras y hablar de cibernética le cansaba.

En otra ocasión coincidió con Salvador en París.
Pizca estaba en una casa de amigos y Dalí que se hospedaba en el hotel Meurice le invitó y le insistió para que acudiera con ellos.
Pizca le notó contento e integrado en la cultura francesa.
Dalí se mostró realmente encantador, se le notaba más relajado.
No le extrañó porque en Francia respetan a los artistas de manera especial.
Probablemente esa fue la última vez que se vieron ya que cuando Pizca se casó, se instaló en Bilbao y no volvió a Cadaqués.


Grande fue su sorpresa cuando hace unos meses aparecieron en Facebook unas fotos en las que aparecía Pizca con Dalí tomando el sol en traje de baño en la casa de Portlligat.
Fotos que causaron gran expectación y se hicieron virales.
Fue a raíz de ver esas fotos cuando me entró la curiosidad por saber cómo había sido aquella relación de la que alguna vez me había hablado sin entrar en detalles.


Ahora que Martí Manen, como comisario que representa a España en la Bienal de Venecia, ha elegido la figura de Dalí, he mantenido algunas conversaciones con Pizca, para que me pusiera al corriente de esa relación de la que casi no se acuerda y que resulta tan surrealista como casi todo en la vida de Pizca Rivière.

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