lunes, 18 de mayo de 2015

La influencia de la pintura





El museo de Bellas Artes de Bilbao es muy especial.
No es grande ni famoso, ni tiene obras de las reconocidas mundialmente, pero cada vez que lo visito, salgo enriquecida.
Rara vez me decepciona.
A veces voy con la intención de ver un solo cuadro y cerciorarme de que sigue ahí, provocando en mi la misma emoción.
Nunca falla.
Hay una pieza que siempre me conmueve: “Las lavanderas de Arlés", de Gauguin.
Desconozco el motivo por el que este cuadro en concreto me hace vibrar de manera peculiar. 
Encuentro en él todo lo que espero de la pintura.
Está pintado a base de manchas concretas, rotundas y ni siquiera el dibujo es perfecto.
Los colores son alegres y apastelados; dudo mucho que se correspondan con la realidad.
Sin embargo, posee ese algo singular que algunos llaman “duende” y que se caracteriza por tener un encanto indescriptible.
Cuando un pintor encuentra su propio estilo y posee la técnica para expresarse sin torpeza, puede comunicarse desde lo mas profundo de su ser y consigue tocar las fibras mas sensibles del espectador.
Desde mi mas tierna infancia me gustaba acudir al museo de Bilbao.
Antes de que el Guggenheim descubriera a los bilbaínos el deseo de ver pintura, no iba mucha gente.
Yo me paseaba solita por las salas dejándome impregnar por las obras de los grandes maestros, a quienes considero mis amigos.
Soy feliz en ese museo.
En realidad soy feliz viendo pintura.
Solo una vez en mi vida tuve que salir muy deprisa de una exposición porque no me sentía bien.
Me sucedió hace unos años en la Tate Modern de Londres.
Era una exposición antológica de Salvador Dalí.
Me puse muy contenta cuando supe que podía ver la obra completa de Dalí.
No solo cuadros y dibujos, sino también películas, muebles, textos, objetos y esculturas.
Empecé a caminar por la exposición y noté que algo no iba bien.
Me sentía incómoda.
No entendía lo que me estaba pasando.
Siempre me encuentro a gusto en un museo.
Los museos son lugares sagrados para mi.
Tan mal me encontraba que abandoné ese recinto y me fui a la cafetería.
Respiré, tomé un té y me serené.
Extrañada por lo que me había pasado, fui a otras salas para ver las exposiciones permanentes y recobré mi bienestar entre las obras de otros artistas.
No me quedó mas remedio que dar importancia a lo que me había sucedido, puesto que nunca me había pasado algo semejante en un museo.
Al llegar a Bilbao, consulté mi caso y aclaré el enigma.
Dalí me había trasmitido algo que me había perturbado.

De la misma manera que algunos cuadros elevan el espíritu y tienen la capacidad de curar, puede suceder todo lo contrario.

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