domingo, 24 de mayo de 2015

Fania Fontcuberta_La alegría de encontrar una amiga

TRES

Fania Fontcuberta
La alegría de encontrar una amiga 

(continuación de Berta Belausteguigoitia)


Fania Fontcuberta atravesaba una difícil etapa en su vida, de la que todavía no quería ser consciente.
Estaba casada con un bilbaíno al que conoció cuando estudiaba arquitectura en Barcelona.
Era joven e inexperta.
Se había enamorado locamente y antes de dase cuenta del disparate que estaba cometiendo, se encontró instalada en Bilbao y dependiendo de su marido para todo.
A pesar de que Fania pareciera feliz y enamorada, su vida no era lo que se había imaginado.
Se sentía sola.
Fue en este momento cuando Berta irrumpió en su vida como un bote salvavidas.
Para Berta, Fania supuso un bálsamo, puesto que durante los últimos años no había disfrutado de compañía femenina debido a su aventura extramatrimonial, que le había obligado a reducir su vida social.
Su marido, que trabajaba en un conocido estudio de arquitectura no le hacía demasiado caso, así que la amistad que surgió entre Berta y Fania fue beneficiosa para ambas.
Al principio Fania casi no se atrevía a hablar con Berta de su decepción matrimonial, mas que nada porque ni siquiera se atrevía a confesárselo a si misma.
Estaba demasiado enamorada, casi obsesionada con ese hombre que no le merecía.
Había sido su primer amor y ella, imbuida de ideas románticas, se había entregado sin pensar en las consecuencias.
Todo había ido demasiado rápido.
En el momento en que Bruno consiguió su flamante título de arquitecto, le entró la prisa y decidió que quería casarse, instalarse en Bilbao y tener su propia familia.
Quiso hacer lo que había visto que hacían sus hermanos.
No se le pasó por la imaginación que había otras maneras de enfocar la vida o ni siquiera que no es preciso planificarla, sino que se trata de vivirla.
A los padres de Fania no les hizo ninguna gracia tanta premura, por lo que accedieron a regañadientes.
No solo no les gustaba la idea de que su hija viviera lejos de Barcelona, sino que tampoco confiaban demasiado en que Bruno fuera el hombre adecuado para su hija.
Fania era terca y rebelde.
Sentía una fuerza poderosa que le impulsaba a seguir adelante, a pesar de que ella también desconfiaba de que su futuro marido fuera el apropiado para ella, porque tenían ideas muy diferentes sobre la vida, pero el amor le cegó.
Así que instalada en Bilbao, pronto su vida se redujo a hacer lo que se esperaba de ella, es decir, la de una esposa complaciente.
Fania no estaba familiarizada con esa costumbre que tienen los vascos de hacer la vida en los bares y tomar una copa después del trabajo.
Pronto notó que no podía confiar en su marido y las largas horas de espera sin saber donde estaba ni cuando llegaría, fueron minando su alegría.
Cuando mas confundida y desilusionada se encontraba, como por arte de magia apareció Berta.
Se conocieron en el gimnasio.
Empezaron hablando de los ejercicios y se sentían compenetradas.
Algún día Berta, que era la mas atrevida le llamaba por teléfono con alguna disculpa.
A veces se veían al terminar la clase y la relación iba tomando forma.
Bruno era un marido cariñoso y estaba encantado de que Fania fuera su esposa pero además de eso, él tenía sus amigos, su trabajo, sus deportes, sus viajes y a veces dejaba caer algunos comentarios que daban a entender que el hecho de estar casado no le había convertido en monógamo.
Fania intentaba hacer la vista gorda pero poco a poco, todo eso iba debilitando su autoestima y por primera vez en su vida sintió algo semejante a no sentirse querida. 
Su carácter, bastante atemperado hasta entonces por el de su madre, ante quien se comportaba como si fuera una niña asustada y mas tarde por el amor y el entusiasmo que había depositado en su marido, empezó a aflorar gracias al estímulo que le proporcionaba la influencia de Berta, cuyo cariño incondicional le ayudaba a recuperar su amor propio.
Berta se daba cuenta perfectamente del estado en que se encontraba su nueva amiga y no deseaba inmiscuirse en sus asuntos, pero eso no impedía que le hiciera ver lo que se siente cuando puedes hacer lo que te da la gana todas las horas de cada día, sin estar pendiente de un marido en el que desconfías.
Fania, que era una chica estupenda, no se merecía lo que le estaba pasando.
A menudo se le notaba crispada y aparecía en el gimnasio con cara de haber pasado una mala noche.
Empezó a quedar con Berta en Bilbao y conoció a sus amigos de la uni.
Fania se sentía un poco culpable, porque no sabía hasta qué punto una mujer casada debería salir sin su marido, pero las ganas de divertirse, entumecidas por esos años de confusión y descontento, brotaron y sintió que con Berta se lo pasaba bastante mejor que con su hasta entonces queridísimo marido.
La vida empezó a cambiar de color.
Las dos amigas habían recibido una educación convencional.
A pesar de que ambas habían viajado bastante, desconocían por completo lo que la gente joven hacía para disfrutar de la vida.
Al principio los planes consistían en tomar el aperitivo al mediodía en grupos grandes, en los que las conversaciones eran superficiales y todo quedaba diluido, pero a medida que pasaban los días y se iban dibujando las caras, Berta y Fania podían comentar lo que pensaban de cada cual y así se iban perfilando las simpatías y crecía el interés.
Lo mejor de todo eran las conversaciones telefónicas que mantenían entre ellas.
Al llegar las vacaciones de verano cambiaron los planes.

Ya no se veían en Bilbao, sino en la playa de Sopelana y para entonces lo que al principio había parecido ser una masa informe de jóvenes alegres y despreocupados, había dado paso a tres o cuatro personas muy interesantes con misterios por descubrir.

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