miércoles, 4 de marzo de 2015

Escribir ad libitum






Me habían invitado a una conferencia sobre la paz en Vitoria y decidí ir en autobús.
No me apetecía conducir con ese tiempo infernal.
Me senté delante, cerca del conductor.
Apenas había pasajeros y la autopista estaba vacía.
Intenté leer el libro que me había recomendado el profesor de escritura “Las pequeñas virtudes” de Natalia Ginzburg, pero noté que no me concentraba.
Resulta tan agradable la sensación de que me lleven sin tener que hacer nada, que decidí disfrutar del viaje sin mas.
El país vasco en días grises tiene cierto encanto para los que somos de aquí.
Para los demás, no lo sé.

Jorge Oteiza solía decir:

Cuando oigo que alguien al llover le llama “mal tiempo”, pienso: 
“éste no es vasco”

Supongo que tenía razón.
En el momento que empieza a llover siento cierta reticencia que va disminuyendo a medida que lo voy aceptando. 
Los días de lluvia invitan a la reflexión y a adentrarse en lugares que quizás nunca antes se habían explorado.
Algo parecido me pasó esa mañana de domingo.
Miré por la ventana dejándome envolver por la niebla casi etérea, a través de la cual se vislumbraban algunos caseríos escondidos entre árboles autóctonos, de un verde que solo existe en el país de los vascos.
Dejé de dirigir mi pensamiento y mi magín empezó a pasearse por mis paisajes interiores.

Desde mi mas tierna infancia he creído que lo mío era la pintura.
Y a ella me he dedicado en cuerpo y alma.
Sin embargo hace unos años, cuando me rompí el fémur, dejé de pintar.
Al principio no pintaba porque no podía estar de pie.
No tenía fuerza.
Mas tarde me di cuenta de que no pintaba porque no me apetecía.
Había dejado de interesarme.

Actualizando todos los blogs que iba añadiendo a mi autobiografía, me mantenía activa y me expresaba.

Casi sin darme cuenta la vida me iba llevando, dulcemente, sin estridencias, a esta aventura que significa escribir.
Escribir en si, solo escribir, es algo a lo que todos estamos acostumbrados desde pequeñitos.
Forma parte de nosotros mismos, resulta cercano, familiar.
Es sencillo, solo se necesita un papel y un lápiz.

Y algo fundamental: sentir el placer que proporcionan las palabras.
Yo siento una atracción desmesurada por la palabra hablada y escrita.
Y por la correcta utilización del lenguaje.

Cuando Confucio decidió dedicarse a la política, su ayudante le preguntó:
Maestro ¿que harás cuando seas gobernador?
A lo que Confucio, sin titubear, respondió:
Intentaré por todos los medios que los ciudadanos conozcan el significado exacto de las palabras.

Yo conozco mis límites y no aspiro a alcanzar más de lo que buenamente esté en mi mano.
Me gustaría, sin embargo, escribir correctamente a mi manera que es escueta, clara, concisa, simple y sin pretensiones.
Sobretodo sin pretensiones.
Detesto las pretensiones.
Así que alegremente, sin prisa pero sin pausa, me recreo en el arte de escribir ad libitum.




ad libitum:
a voluntad, a capricho, a gusto, a placer

No hay comentarios:

Publicar un comentario